TESTIGO


Escribir sobre la crónica de espectáculos tiende a convertirse en un arma de difícil manejo, cuando la sensibilidad y el egocentrismo de muchos puede echar mano de la tergiversación para acomodar a su antojo lo que podamos escribir o comentar.

Y lo hacemos so pena de ser condenados, aunque a estas alturas uno ha perdido la capacidad de sorprenderse por las cosas que se digan o hagan con relación a la opinión que podamos tener.

Es mucho lo que hemos visto, escuchado y guardado con relación a gente que predica una cosa y practica otra.

En los últimos tiempos se ha destapado una camada de cronistas-vedettos cuyas acciones viven totalmente divorciadas de la realidad.

Actúan y duermen en una burbuja fantasiosa, un espacio donde solo ellos se sienten artistas.

En realidad son vedettos que se pasean en el medio con un discurso insulso y carente de valor informativo, porque lo que buscan con el mismo es “lucirse” y demostrar que tienen “conocimiento” del tema tratado.

Sinembargo, quien tiene dos dedos de frente se da cuenta de que son “dueños” de tres términos, aprendidos a la cañona en el infaltable diccionario Larousse.

Sin ellos son soldados desarmados.

Y eso va en detrimento de una crónica de espectáculos desdeñada y combatida con epítetos nada alagueños para quienes consideran esta rama del periodismo vanal e intrascendente.

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