
Cuando se pronuncia el nombre de Héctor Acosta las aguas deben detener su curso para hacer el espacio que merece un artista que no compite nada más que consigo mismo, y triunfa en su batalla.
Caso aparte y experiencia única, este intérprete tiene condiciones vocales excepcionales. Sus registros, altos, delicados y bien conducidos, le confieren un sitial por el estilo y la capacidad de penetrar sensibilidades de cuando hay que cortar urgentemente las venas por el desamor narrado en sus bachatas o cuando se trae a escena el merengue que cuenta de amores y costumbres, de vidas e historias imaginadas, graciosas, enamoradas o comprometidas.
Héctor Acosta, justamente tratado como caso aparte, es uno de esos cantantes que encontró la puerta principal de una dupla poco común y de difícil acceso: merengue y bachata.
Sorprende además por su responsabilidad social para con su pueblo y frente al país, capaz de asumir un liderazgo, todavía incomprendido por algunas autoridades, en la lucha contra la delincuencia y la violencia, con los ímpetus de organizar, bajo su costo, un concierto para las multitudes del Cibao, haya o no patrocinios,
Su fuerza de venta en tanto es un producto comercial, que convoca como moscas al plato de miel a las multitudes que llenan sus conciertos y que llaman con aliento mágico a la compra de sus producciones.
Lo adorna un espíritu de superación personal que le ha llevado a salir triunfante de toda confrontación incomprendida y, pese a fama y fortuna mantener la humildad. Ama a Bonao entrañablemente, y se siente parte de cuanto le pueda ocurrir a su pueblo.
El de Héctor Acosta es un caso singular, artísticamente único y que ha devenido, sin darse cuenta, en la responsabilidad de ser el nuevo rostro del liderato musical popular, vestido de merengue, enfrascado en bachata.
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