Hoy descubrí por qué idolatran, admiran, aprecian y respetan a aquel muchacho que conocí en Santiago. Fui testigo de manifestaciones de amor y cariño hacía él.
Conversaba en una esquina del Alto Manhattan, de cada 10 carros que pasaban ocho saludaban y casi todos se paraban para abrazarlo y las mujeres lo besaban. Le dije en esa oportunidad que el “país tuyo es donde te quieran” y lo que yo he visto en tampoco tiempo me dice que aquí tienes que echar raíces. El dominicano necesita de gente como tú, necesita de alguien que lo represente.
Los colores de la bandera se acentúan y adquieren un brillo más fuerte cuando uno está lejos de la patria. Tienen otro sentido.
Ayer, los vividores de otros, hacían de él un hombre con cierta inestabilidad, para poder cumplir con seudos periodistas, cronistas de un arte que desconocen (mujeres y hombres), aprovechadores del dinero que tú ganabas.
Te decía, vete, tú tienes excelentes condiciones, intenta en otro sitio donde se te mida por tu capacidad, no por una forzada bondad.
La necesidad te sacó lejos de la patria. Recibistes golpes bajos, pero como todo en la vida, en ese momento la mano tendida de un amigo común, Vidal, te tomó y te apadrino, en principio, en la ciudad de los grandes retos. Donde hay que empujar para poder entrar. Entraste, hoy ocupas un merecido lugar.
Tenías y tienes talento, tienes la juventud que te permite la resistencia en distancias cortas y largas. Hay gente que te perdona todo, menos que seas diferente a ellos.
No te lo perdonaron, no tienen el don de ser distintos. Ese precio se paga con la soledad.
Yo no tengo que hablar de tus triunfos, de tu vida, nuestra gente y gente de habla hispana, y de otros países hermanos son los que hablan de ti.
Aunque no escriban y comenten, tú eres y seguirás siendo “El Pachá”, para los que te conocemos, y te queremos, y para los que no te conocen, para poder quererte también.
Mantente humilde, porque si no lo haces así, poco a poco comienzas a morir y no te oirán más.
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