PREMIOS OSCAR CHAPADO DE OPTIMISMO ESTA NOCHE


Quizá porque el público ya no responde como antes y quizá porque este mundo ya no es el que era, los Oscar necesitan ofrecer más que nunca un baño de feliz optimismo. Eso es, a pocas horas del la 84º ceremonia de los premios de Hollywood, lo que se desprende de cada gesto que trasluce de esta nueva edición. Sea como sea, Hollywood quiere olvidar por un año su vertiente (si es que algún día la tuvo) más social y realista para mostrar su cara más maquillada. Poco importa que el martes, ya con la resaca de los premios, una casa de subastas de Brentwood saque a la venta un lote de 15 estatuillas entre las que está, ni más ni menos, la que en 1941 logró Herman Mankiewicz por el guión deCiudadano Kane o la que se llevó a su casa Darryl F. Zanuck por producir la mejor película de aquel mismo año, Qué verde era mi valle. La información, publicada ayer por Los Ángeles Times, mostraba la condena de la Academia a una venta que vulnera sus leyes. Para ellos, un Oscar -ese tótem que corona el reino de Hollywood- ni se compra ni se vende. Pero en una ciudad plagada de bolsillos tan abundantes como caprichosos, donde se puede ganar o perder una mansión en una partida de póker, seguro que el martes alguien ofrecerá algo más que palabras a cambio de la estatuilla de oro.
El disgusto de la Academia se suma sin mucho ruido a las polémicas de este año, que en otros momentos hubieran llenado las páginas de los diarios locales pero no esta vez. Ni la inicial (y finalmente revocada) retirada de entradas al actor británico Sacha Baron Cohen para evitar su intención de desfilar en la alfombra roja caracterizado del sátrapa de su último filme, El dictador; ni la sombra del plagio a la música de Vértigo sobre la banda sonora de The artist; ni la dimisión en otoño del productor de la gala, Brett Ratner, por sus declaraciones homófobas a micrófono abierto, parecen motivos de peso para amargar una fiesta que quiere recuperar su sabor más clásico.
hoy The artist puede marcar un hito histórico: primera película no anglosajona que gana un Oscar
Ni la crisis económica (las cifras tampoco acompañan a las películas de este año), ni el agotamiento del propio lenguaje cinematográfico (ahí está Scorsese arreglando la máquina rota en La invención de Hugo, película que invoca su orfandad como cineasta), ni siquiera la sombra del fin del mundo (y ahí está también El árbol de la vida recordando al más descreído que entre el principio y el final de todo la vida sigue su curso), pueden con la necesidad de recuperar la gloria que quiere representar la blanca sonrisa del actor francés Jean Dujardin. Es ahí, en esa formidable dentadura que reluce contra viento y marea, donde se encierra el éxito de esta película que, en palabras de su propio director, Michel Hazanavicius, jamás pretendió ser más que un amable guiño al pasado.

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