"Muy buenas noches, Viña del Mar. Es un gran honor, es un gran privilegio estar de nuevo con ustedes", declamó el intérprete, poco dado a confraternizar con las masas.
El artista se paseó primero con cautela por el escenario, en el que se instalaron dos pantallas planas de televisión que le permitían observarse a sí mismo y torpedear el ángulo de visión de la prensa, pese a que camarógrafos y fotógrafos solo tuvieron una canción para tomarle imágenes.
Preocupado también por los aspectos técnicos del sonido, Luis Miguel intentó hacer correcciones en medio del espectáculo mientras ocultaba su molestia tras su inmaculada sonrisa.
Fue capaz incluso de dar continuas instrucciones a su banda, compuesta por una decena de músicos, a los que no presentó al público.
Con el auditorio mantuvo también una prudente distancia, hasta que al final dio la mano a algunas fervientes seguidoras y recogió un ramo de flores, mientras un guardia de seguridad le sujetaba por la parte de atrás de su pantalón.
Con un repertorio consolidado y una puesta en escena impecable, Luis Miguel conquistó en exactos noventa minutos al auditorio, que pidió para él la gaviota de plata, y también a la organización, que le dio la de oro, un premio que no se otorgaba desde hacía varias ediciones.
Pero la admiración que suscita va más allá de todo lo establecido y, por primera vez en la historia del festival, se le concedió además una gaviota de platino, que recibió de manos de la alcaldesa de Viña del Mar, Virginia Reginato, admiradora confesa del artista, quien también le entregó las llaves de la ciudad.
Henchido de premios y de aplausos, Luis Miguel agradeció las alabanzas y accedió a recompensar los elogios con solo una canción más, "Labios de miel", con la que cerró el concierto.
El Sol de México se negó a que su presentación en este famoso festival se televisara. Se desconocen los motivos por los que el artista no quiso que su público disfrutara de su carisma
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